A finales de julio de 2001 hube de viajar a Londres por motivos profesionales. Solicité un taxi con aire acondicionado, llegando éste sobre las cuatro y a una temperatura de 40 grados. Al entrar en el coche, no noté mucho frescor, pero el conductor me aseguró que el aire “iba puesto”. Así que me resigné a llegar a la terminal de salidas con mi camisa pegada a la tapicería del vehículo. Pero no quedó ahí la cosa, ya que cuando aún quedaban unos kilómetros para llegar a San Pablo, la exigua corriente de aire se interrumpió súbitamente, explicándome el taxista que últimamente el motor del aire acondicionado no funcionaba bien y, a veces, se paraba. Llegué empapado al mostrador de facturación y se me cobró íntegro el importe de la carrera.
Pero hablar de las penurias del taxi en Sevilla no es sólo referirnos a taxis viejos, a taxistas que se niegan a accionar el aire acondicionado porque el reglamento dice que “hay que tener instalado el servicio, pero no hay obligación de ponerlo” o porque “todavía no hace calor, hombre”, a taxis en paradas a pleno sol, a empeorar resfriados porque las ventanillas van abiertas en invierno, o a que el taxímetro no esté visible, o a que la persona que llamo por mi móvil esté obligado a escuchar cante flamenco o a Gomaespuma a todo volumen. Espero que se redacte un nuevo reglamento del taxi que no solamente sirva para limitar las “huelgas patronales”.
El correo de Andalucía 24 de abril 2006.