El deber del abogado

Desde que comencé a escribir semanalmente este artículo hace ahora casi un año, soy doblemente afortunado porque ejerzo la profesión que me gusta y, además, puedo escribir sobre ella para que los lectores de este periódico conozcan mis modestas opiniones e impresiones sobre la justicia y el derecho. En muchos de mis comentarios, me he centrado en la figura del abogado, pretendiendo que una profesión tan criticada y, a la vez, tan venerada, incluso muchas veces desconocida, pueda entenderse un poco más por los ciudadanos.

Los abogados hemos de cumplir unas normas éticas recogidas en nuestro Código Deontológico y en el Estatuto General de la Abogacía pero, sobre todo, se nos impone el deber de defender a nuestro cliente con absoluta fidelidad. Un abogado puede renunciar a la defensa de un caso o de un cliente. Pero si no lo ha hecho y ha aceptado, debe velar por los intereses de la persona. Y yo mismo he sido consciente en las últimas semanas de los riesgos que conlleva ser leal a nuestro defendido.

Junto a dos compañeros que asistieron a una comparecencia del Tribunal del Jurado, tuve que ser escoltado a la salida. Porque nos asaltó un grupo de unas veinte personas familiares de víctimas que mostraban su enojo. Se pusieron de esa manera porque éramos los letrados de los presuntos autores de varios delitos que les afectaban. Y, a duras penas, logramos entrar en el coche y salir del lugar. Mi más profundo agradecimiento a la Policía, que actuó con exquisita profesionalidad. Por eso, la gente debe entender el sacrificio que hacemos los abogados por, simplemente, ser abogados.

El correo de Andalucía,31 de diciembre 2006.

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